«En brazos de la gloria se levantan»
Por Liz Beatriz Martínez Vivero
Los estudiantes de primer curso de medicina esperaban en el Anfiteatro Anatómico la llegada de su profesor. Enterados de que demoraría decidieron algunos trasladarse al cementerio Espada, próximo al lugar donde habría de efectuarse la clase. Una vez allí vieron el vehículo donde se trasladaban los cadáveres y montaron en él. Otro de los estudiantes arrancó una flor que estaba delante de las oficinas del camposanto.
Vicente Cobas, vigilante del cementerio, declaró al gobernador político que los jóvenes habían rayado el cristal que cubría la tumba donde reposaban los restos del periodista español Gonzalo Castañón.
La versión española
El P. Justo Zaragoza, secretario del gobierno político de La Habana y Oficial de Voluntarios en la misma aseguraría en su libro Las Insurrecciones en Cuba de 1872:
En el anfiteatro se encontraban el miércoles 22 de noviembre de 1871 los estudiantes de primer año esperando al profesor de Anatomía. Como aquel se demoraba se dirigieron algunos al cementerio, donde demostraron su humor juvenil montándose y arrastrando el carro destinado a la traslación de cadáveres, otros se entretuvieron en cortar flores de las que había en algunas sepulturas, y cierto número de ellos queriendo hacer alarde de su cubanismo; se expresaron en frases poco respetuosas y ofensivas al nombre español al pasar por delante de los nichos que depositaban los restos de nombres conocidos como Castañón, Manzano Camprodon y Guzmán el Bueno. Faltando el respeto que se debe a la muerte, se permitieron frente a aquellas honradas tumbas actos vituperables, y entre ellos de menospreciar el recuerdo de Castañón rayando uno de los estudiantes con el brillante de la sortija que llevaba en el dedo, el cristal que cubría la lápida.
Al enterarse el capellán del cementerio les amonestó severamente, y ellos respetando con pocas excepciones salieron del cementerio.
Aquel suceso llegó a oídos del gobernador político quizás porque los mismos estudiantes lo contaron haciendo de ello alarde. Las personas que se le comunicaron, lastimadas en su españolismo, le dieron a entender lo peligroso de dejar impune este acto.
El encarcelamiento y luego el juicio final
Aunque existen disquisiciones en torno a los móviles y a la fecha precisa del acontecimiento sí es seguro que el día 25 de ese mismo mes el gobernador político López Roberts se presentó en el aula de segundo año de medicina. El doctor Juan Manuel Sánchez Bustamente y García del Barrio manifestó que antes de llevarse a los estudiantes se lo llevarían a él. Su actitud enérgica impidió que sus educandos fueran hechos prisioneros. Distinta actuación la del doctor Pablo Valencia García, quien explicaba en ese momento Anatomía descriptiva a los alumnos de primer año. La acusación en esta oportunidad no obtuvo la réplica del galeno y los 45 estudiantes de ese salón fueron llevados a prisión. Únicamente fue exonerado un estudiante apellidado Godoy, quien aparte de español era militar del cuerpo de sanidad por lo que el gobernador le creyó incapaz de participar en del «delito».
Hasta las primeras horas de la madrugada del lunes 27 se extendió la deliberación del Consejo de Guerra. Dentro de este grupo estaba el español Federico Capdevila, nombrado abogado de oficio quien defendió a los estudiantes y al decir de Martí sintetizó la dignidad cubana de aquel momento. Las penas que imponía el código por profanación no eran muy severas así que el Cuerpo de Voluntarios exigió que se conformara un nuevo tribunal donde se tomaran medidas más austeras.
Dentro del nuevo consejo figuraban nueve capitanes del Cuerpo de Voluntarios. Al mediodía aún deliberaban sobre la cantidad de prisioneros que serían sometidos a la pena máxima.
Entre todos seleccionaron a ocho: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, quien había arrancado una flor del jardín situado delante de las oficinas del cementerio. A él le siguieron Anacleto Bermúdez y Piñera, José de Marcos y Medina, Ángel Laborde y Perera y Juan Pascual Rodríguez y Pérez, quienes habían jugado con el vehículo de transportar los cadáveres destinados a la clase de disección. Los tres restantes condenados a la pena de muerte se escogieron al azar. Ellos fueron Carlos de la Torre y Madrigal, Carlos Verdugo y Martínez y Eladio González y Toledo. Carlos Verdugo, natural de la ciudad de Matanzas el día 24 se encontraba en su hogar. Había llegado a La Habana el día 25; horas antes de la detención masiva en la clase del doctor Valencia
El desenlace
A las 4:20 de la tarde del 27 de noviembre en la explanada de la Punta un piquete liderado por Capitán del Cuerpo de Voluntario Ramón López de Ayala daría el tiro de gracia a los ocho jóvenes. Los cadáveres se trasladaron a un lugar extramuros en el cementerio Colón sin posibilidad alguna para que los familiares dieran la debida sepultura. Fueron arrojados en una fosa de dos metros y medio de profundidad. Dos meses después se asentaron sus partidas de enterramiento, hasta entonces inexistentes.
El fusilamiento de los jóvenes estudiantes causó sorpresa en Madrid y en el extranjero en general. La condena de los 31 restantes a penas de seis y cuatro años de prisión levantó un clamor unánime. «Unos 60 Diputados y Senadores que solicitaron al Gobierno el indulto de los condenados, el cual fue firmado el 9 de mayo de 1872 por el Rey de España Amadeo de Saboya. En el documento se aceptaba la falsa imputación y se concedía el indulto “por el indudable arrepentimiento de los jóvenes penados, hijos de leales y buenos españoles”. La verdad es que el indulto se concedió por la presión de los Diputados y Senadores españoles y porque el extranjero se escandalizaba por lo que toda la prensa americana y europea llamaba asesinatos del 27 de noviembre».
Zaragoza apuntaría en su libro: Grandes fueron los clamores de la prensa norteamericana y aún la europea contra los que habían autorizado el fusilamiento de los estudiantes, cuyos periódicos partían del concepto erróneo de que eran unos niños irresponsables, cuando el menor de los fusilados tenía 18 años, les consideraban víctimas inocentes de un castigo severo.
Solo dos años después, enterado por su amigo Fermín Valdés Domínguez (quien formó parte del grupo condenado a prisión) diría Martí en el poema "A mis hermanos muertos el 27 de noviembre" que es publicado en 1873, y aparecido por vez primera en el libro en que Fermín Valdés Domínguez denuncia el crimen cometido por los voluntarios habaneros.
"¿Déspota, mira aquí como tu ciego
Anhelo ansioso contra ti conspira;
Mira tu afán y tu impotencia; y luego
Ese cadáver que venciste mira,
Que murió con un himno en la garganta
Que entre tus brazos mutilado expira
Y en brazos de la gloria se levanta!"
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Oscar -