Perfume Bueno en Isla Chiquita
Latinoamérica huele a algo diferente. Su fragancia trae el contenido moral del actor indispensable de ese «extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo». Desde la década del sesenta el Che nos hablaba de ese hombre nuevo. Los escépticos no querrán reconocerlo, pero su personalidad se yergue en este minúsculo punto de la geografía mundial. Por aquí desanda los caminos, e incluso se traslada más allá de los mares para compartir pesares y bienaventuranzas junto a pueblos hermanos. En pleno siglo XXI pocos cubanos se sorprenden ante la presencia de este aliento humano, indispensable de una sociedad democrática. A través de la historia, se conocen los pensadores más avanzados, quienes en cada época reflexionaron sobre la necesidad de convertir al hombre en la medida de todas las cosas, cuando el sentido común parecía confirmar lo opuesto. La ilación de ideas, desde Félix Varela hasta Fidel Castro, permite constatar ese hálito renovador. Martí, fue universal al hablar del hombre homagno; el Che lo hizo más contemporáneo, y Fidel, con su definición de capital humano, completa un tríptico de ideas necesarias para enfrentar la globalización neoliberal y avanzar hacia «la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación». Con preclaridad en sus pensamientos, el líder de la Revolución cubana plantea que sin cultura no hay libertad posible y pone en manos de las nuevas generaciones oportunidades que no se deben desaprovechar. Las puertas se abren al conocimiento y estoy convencida de que la multitud acepta este aire esperanzador. Venga de cabezas rapadas o melenudas, de vestimentas estrafalarias, o más conservadoras. De muchachas y muchachos entremezclados, desinhibidos y capaces de cultivar el amor en todos los colores posibles. Cierto es que ellos imponen un ritmo de vida agitado. De música escandalizante, de aretes y tatuajes en el lugar menos imaginado del cuerpo. Son tiempos de una semidesnudez desmedida, pero el ropaje interior, el de los sentimientos, valida el paradigma guevariano de manera cotidiana. ¿Quién no se contagia con el palpitar de una generación portadora de los principios éticos de su héroe más cercano? Porque, para muchos, el Guerrillero Heroico no es la simple estampa que exhiben en una camiseta, sino la ofrenda diaria de imitarlo. Aún después del despunte de la crisis económica a finales del siglo pasado, en Cuba lo olfateaban sin espanto y se promovió sin reparos el prototipo de hombre sugerido por el Che. Ante la caída del campo socialista se aceleró la formación de una conciencia humanista, colectivista, patriótica e internacionalista. Mientras que por el mundo crecía el número de adeptos a las teorías de fin de la historia, planteada por Francis Fukuyama, este pedacito de tierra del Caribe insular se llenaba de las esencias necesarias para demostrar todo lo contrario. Lejos de desvirtuarse el propósito de crear un modelo de hombre propio de nuestro proyecto social, aquí se concretó la idea de verlo actuar y asumir sus responsabilidades, en correspondencia con las condiciones histórico-concretas. El amplio debate sobre la pérdida, o no, de valores humanos, obligó a buscar métodos más efectivos en la educación de la población juvenil. Como resultado, además de incrementarse las opciones para el mejor empleo del tiempo libre, entre los adolescentes crece el apego a lo nacional. La juventud se descubre a sí misma y toma conciencia de la necesidad de defender, cuidar y acumular principios y convicciones tan superiores como los de sus padres y abuelos. Caminar hacia el progreso significa sumarse a los Valientes, que imparten clases en las secundarias básicas, a los trabajadores sociales conocedores de inquietudes, a los deportistas y médicos que realizan una campaña de ternura y ciencia por los cerros venezolanos. A quienes levantan espiritualidades en el centro y sur del continente. En efecto, el ambiente se contamina con tanto compromiso. Aunque se trate de una imagen inacabada, ahí está el hombre nuevo. Invade todos los espacios, con individualidades diversas, de carne y hueso, pero sin desligarse. Cada una supera las diferencias y se unifican para trabajar, luchar y morir día a día por lograr un mundo de justicia y equidad. Con las frentes levantadas respiran hasta lo profundo y se llenan sin temor del nuevo perfume, apacible y cambiante que se expande por Latinoamérica desde esta Isla tan chiquita.
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