Premio al Desamparo
Siempre que puede, Déborah García Morales escapa de la prensa. Esta vez, ante la solicitud de una entrevista antepuso: «No quiero parecer complicada, pero en verdad por estos días lo estoy. Trataré de acomodar el tiempo para vernos».
La aparente evasión fue suplida con un gesto de cortesía. Llamó personalmente a la redacción para confirmar que accedía al solicitado diálogo. Antes prefirió prescribir las posibles respuestas, pues como ella misma apuntó: «mis ideas más “serias” no son vertiginosas y necesito un poco de silencio y orden para darles la forma que me agrada. Comúnmente, responder preguntas del tipo “entrevista” me deja inconforme y molesta.»
Pero el hecho de que su poemario, Sin ángeles tutelares, resultara premiado en el concurso Fundación de la Ciudad la obligó a no rechazar —como suele hacer— la posibilidad de revelar para los lectores del periódico provincial algunos secretos de su lírica literaria. Así nos muestra otra de sus habilidades, la cual combina con la de ser editora y diseñadora en la editorial Sed de Belleza.
— Con este segundo libro, a diferencia del anterior, pones la vista en el desamparo, allí donde nadie quiere mirar. ¿Por qué?
—Tras varios años de publicado mi primer libro, En estado de sitio (Ediciones Sed de Belleza, 2003), he concebido este poemario de un modo menos introspectivo, planteándome más el deseo de comunicar y a la vez dejar atrás temas tan recurrentes como el amor y el lado hermoso de las cosas.
Al escribir Sin ángeles tutelares me movían emociones contradictorias y esencialmente en conflicto con estereotipos sociales. No se trata únicamente de mis inquietudes, sino de la molestia por cierta inercia generalizada en relación con dolores humanos como la maldad, las torturas físicas y psíquicas como de circunstancias digamos naturales, y por tanto inapelables, ya sea el parto, la convivencia con seres débiles o enfermos, los esfuerzos físicos excesivos y permanentes, la locura o el miedo.
— ¿No temes que te cataloguen de pesimista?
—De ningún modo. No se trata de un catálogo de tribulaciones. El libro transcurre desde una perspectiva lúdica y más bien activa. La voz que escuchará el lector se muestra a veces irónica; otras, asume una suerte de ira pausada y corrosiva, cuando no se limita a comportarse como espectadora de situaciones terribles pero que parecen ocurrir a lo lejos, o detrás de un velo, por lo que aparentemente no nos pueden afectar.
—Como estrategia pensaste más en el receptor ¿Puede considerarse una tendencia en tu poesía, en correspondencia con los modelos comunicativos contemporáneos?
—Esencialmente no parto de estudios teóricos de la comunicación. Al escribir me intereso por el modo en que pueden llegar al lector las emociones que dejo en mis versos. Una vez que alguien se dispone a leer poesía me gustaría lograr que el recorrido no sea monótono ni oscuro, que sienta que le estoy hablando y conseguir que se irrite si me irrité, que se asuste si me asusto.
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