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Patio Criollísimo

Meditaciones de Alberto Granado, Eterno amigo del Che

Meditaciones de Alberto Granado, Eterno amigo del Che

Fotos: Carolina Vilches Monzón
Con sus ochenta y cinco agostos, a pasos lentos, Alberto Granado ascendió uno tras otro los escalones para depositar una ofrenda floral en la base del monumento erigido en Santa Clara a su amigo Ernesto. «Prefiero nombrarlo así, es más íntimo», sentenció.

Las ancianas piernas parecían tan firmes como en diciembre de 1951, cuando se apoyaron sobre la «Poderosa II», una vieja moto, fiel compañera de giras por pampas y montañas.

El octogenario hombre vino a reencontrarse con el Pelao. Su aliado durante nueve meses en un viaje sin rumbo fijo por Suramérica. Llegó imponiéndose al cansancio. Para explicarle al héroe que la amistad de ambos recorre el mundo. Que le narra las anécdotas que juntos vivieron a cuanto niño, hombre o mujer se le aproxima. Como ocurre durante el taller nacional Vida y Obra del Che que sesiona en Santa Clara.

«Me dejó un encargo tremendo, pero puedo cumplirlo», advierte con risa pícara, con gesto cómplice. Como lo hacía cuando compartían travesuras juveniles. Sí, porque el Pelao, «no era hosco según se dice. Ni tan enemigo de las bromas».

Razón por la que Alberto prefiere ver a su camarada de sueños y esperanzas en las fotos donde aparece alegre. Con la sonrisa de Furibundo Guevara Serna, cuyo apócope: Fúser, estrechó aún más los lazos de confraternidad.  Pues, no solo significaba su tenacidad y falta de temor en el juego rugby.

Entonces se desconocían cuántos otros nombres reservaba la historia para el amigo. Mas, ya se veían en él inquietudes por luchar contra las miserias y atropellos en el continente.

«Ahora tenemos un Chávez en Venezuela, un Correa en Ecuador y un Evo en Bolivia. Descansa tranquilo, Fúser», meditó Alberto frente al nicho donde reposan los guerrilleros restos de su fraterno compañero.

Inmerso en el silencio, Granado siente una mezcla de emoción, tristeza y satisfacción cada vez que viene al Memorial. Sentimientos idénticos a los que experimentó el 26 de julio de 1952 cuando pusieron fin al histórico viaje por consultas y leprosorios.

«Nos juntaremos Mail», sentenció el colega al despedirse en Caracas. Mientras tanto Alberto dejaba escrito en su diario: «Fúser y yo andaremos por la misma senda en el porvenir».

 

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