Cira y Sus Sonrisas a la Vida
Fotos: Ramón Barreras Valdés
Por vivir en Cuba, Cira y sus dos hijos pueden sonreír este 15 de mayo, Día Mundial de la Familia, mientras otros como ellos sufren discriminación y desatención de sus gobiernos.
«Toda madre debiera llamarse maravilla»
José Martí.
Diestras en dibujar sonrisas, las madres saben cómo apaciguar dolores y alimentar almas. Son portadoras de un don inigualable. Lo ponen a prueba justamente cuando necesitan enfrentar las torceduras de la vida.
Cira Rodríguez Jiménez es una de ellas. Como toda mujer joven y recién casada —a inicios de la década de los años setenta—, disfrutó el nacimiento de Damaris. Pero la pequeña llegó al mundo con una malformación congénita.
«No existían los aparatos que tenemos hoy —comenta la progenitora—, para conocer cómo evolucionaba el embarazo. Aunque por las costumbres del campo, tampoco se aceptaban las interrupciones. Así que de todas maneras, mi hija iba a nacer».
Tras el fracaso del primer matrimonio, Cira celebró nuevas nupcias con Humberto Quintana. Así, en 1983, llegó William. La infancia del menor transcurrió feliz hasta los dos años. «A esa edad sufrió un ataque epiléptico que le dejó como secuela un retraso mental severo», explica el padre.
El hombre se esmeró desde entonces en la atención del niño. Ni siquiera la ruptura del vínculo conyugal lo aleja de la familia que un día conformaron. «El amor de la pareja puede terminar por varias razones, pero el de los hijos nunca se acaba. No puedo estar mucho tiempo sin saber qué necesidades tienen mi hijo, Damaris y la mamá».
Contar con Felicia resulta otro apoyo imprescindible. «Es mi paño de lágrimas», afirma Cira para ilustrar cómo ha superado algunos estados de ánimo indescriptibles.
«Resido en La Campana, pero vengo a acompañarlos a diario. Sobre todo ahora que la niña ha crecido y a penas puede caminar. Tiene un sillón de ruedas, pero para algunas urgencias debemos cargarla», añade la hermana.
Otra gran ayuda aparece a través de la asistencia social. Por la modestia y sencillez conque siempre ha vivido, Cira se rehúsa a solicitar beneficio alguno para sus hijos. Se acostumbró a recibir lo que por ley y disposición gubernamental le corresponde. Los módulos de aseo, alimentos y la tela antiséptica para los pañales de Damaris nunca le han faltado. Además, durante seis años, William permaneció internado en el Hogar para Niños Impedidos Físicos y Mentales Fredy Maymura, de Santa Clara.
«Venía los fines de semana y nos alegraba ver los avances en su aprendizaje. Pero, un día no quiso regresar al Hogar. Ahora no se adapta a estar lejos de nosotros», explica Cira.
Desde la mesa, el joven comprende que se habla de su apego a este otro hogar. La inocente mirada revela su placer por permanecer definitivamente en su casa. Aquí tampoco le ha faltado tiempo para adquirir otras habilidades como la de arreglar los cables del radio y así disfrutar mejor la música.
En medio de su cotidianidad, Cira no se percataba de que la prole crecía, mas la vivienda no. Además de ubicarse en un abrupto terreno —ningún vehículo llega hasta ese lugar y menos en tiempo de lluvia—, su espacio era muy reducido y tampoco contaba con un baño como lo requieren Damaris y William.
«A ella no le gusta pedir nada —dice Felicia—, después de recibir la chuequera de 240 pesos consideró que no necesitaba nada más. Le costó tiempo entender que la realidad imponía solicitar una casa mayor y de mejores condiciones para los niños».
De este modo, y después de varios trámites que se prolongaron casi un año, Cira y sus hijos se mudarán para una nueva morada en El Hoyo de Manicaragua. Con la ayuda del gobierno en el municipio se hicieron adecuaciones constructivas para que el inmueble se convierta en el sitio idóneo desde donde Cira dibujará nuevas sonrisas a la vida.
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