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Patio Criollísimo

El Último Treinta y…

Este 24 de junio conté treinta y tantos por última vez. Abrí la puerta hacia los 40. Y aunque todavía me siento joven y me río de la vida, resulta inevitable cierta sensación de espanto ante el correr de los años.

 

Entre felicitaciones y modestos regalos inicié este camino en el que dentro de poco seré una señora de las cuatro décadas. Los amigos, alumnos y compañeros de trabajo me auguraron divinas experiencias para el futuro. ¿Más de las acumuladas? Repliqué, porque no imagino cómo seguir almacenando buenos momentos. Puede que sí, puede que no. De cualquier manera, si se anuncian nuevas satisfacciones bienvenidas sean.  

Para beneplácito personal suman más las gratitudes que los recuerdos desagradables.

Dicen quienes ya pasaron por esta edad que en efecto, doblar los veinte años es como volver a vivirlos. Lo ratifica mi idolatrada madre con sus 61 encima. Con su sabia humildad ella continúa al corriente de mis pasos porque aún sus ojos ven en mí a una niña. ¿Será por mi pequeña estatura?

 

Al ver sus canas, no puedo negar que —a pesar de que todavía no exhibo esos blancos cabellos— me asusta un poco saber que dentro de un año seré una adulta madura. Con la proximidad de los inevitables achaques de la vista y el inminente uso de espejuelos. Con una hija que cumplirá sus 15 veranos, pues nació el 17 de julio de 1995.  

No puedo amilanarme. Estos treinta y nueve significan poco tiempo. Más ha vivido mi abuela, fuente inspiradora de mi ser. Y sigue ahí, firme en sus 79. Con la misma energía de una adolescente y decidida a duplicar mis 40 en junio de 2010.

 

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