Deberes Humanos
La mujer esperaba pacientemente con su hija en brazos. Recostada a la pared en el interior del consultorio médico su rostro denotaba angustia. De vez en vez observaba de reojo a la enfermera, quien caminaba de un lado a otro, hacía anotaciones, miraba el reloj, buscaba y arreglaba uno y otro instrumental. En fin, dilataba el momento de inyectar a la pequeña.
«Debo tener calma, ella va a hacerme un favor», me dijo la muchacha. ¡No! —le repliqué—, ella va a cumplir con su deber. Entonces me dirigí a la enfermera: «Por favor, necesito saber a qué hora podrá ir a inyectar a mi papá». «¡Imagínese! estoy muy atareada en estos momentos. Ven sobre las 12 a ver qué puedo hacer», me respondió.
Eran las 11 y 10 minutos de la mañana. Resignada a esperar y confiada en que la asistente cumpliría su palabra, salí del consultorio, no sin antes trasmitirle la misma confianza a la madre de la bebita, que también necesitaba una inyección. Por suerte cuando llegué a la casa, ya otra «seño» había inyectado al viejo.
Lo sucedido me dejó pensando sobre cómo las personas exigimos que se cumplan nuestros derechos sin detenernos a pensar en cómo cumplimos con nuestros deberes. En el caso de la Salud se evidenciarán disímiles ejemplos similares al que hago referencia.
¿Cuántas veces esa misma enfermera —que dijo estar «atareada»— habrá llegado al mostrador de una tienda exigiendo una buena atención? ¿Cuántas veces el dependiente —que a menudo nos maltrata— habrá llegado a un consultorio médico necesitado de atención urgente?
A la hora de recibir beneficios todos estamos dispuestos a aceptarlos. Mas, si se trata de ofrecerlos, ¡cuidado! Hay que pensarlo dos veces antes de dar el paso. ¿Por qué?, es la pregunta cuya respuesta eriza la piel: falta de sensibilidad humana.
En lo personal, tengo mucho que agradecer a quienes sin miramientos y de forma incondicional llegaron hasta mi casa para asistir a mi padre mientras lo necesitó. Pero duele pensar que no sea la generalidad en la Cuba de hoy.
Para muchas personas —y ahora no hablo solo de médicos y enfermeras— primero se impone la prebenda antes del deber, y tal actitud desentona con los principios éticos y morales que se promulgan en un país empeñado en construir el Socialismo. Como ocurre en Cuba.
Nuestra sociedad se sustenta en la estrecha relación entre deberes y derechos. Para que se cumplan unos tienen que existir los otros. No podemos admitir que únicamente primen las exigencias sobre el Estado para que este haga cumplir los derechos a la salud, la educación, la cultura, el deporte, la vivienda, la justicia… otorgados a los cubanos desde el 1º de Enero de 1959 y que a la vez se violen deberes esenciales como el de ofrecer asistencia médica al enfermo, velar por el buen aprendizaje de los alumnos, llegar puntual a la escuela o el trabajo, respetar al público que espera el inicio a su hora de un espectáculo cultural o deportivo, el dictamen en tiempo de un fallo judicial, etcétera.
Cierto que la vorágine cotidiana a veces nos traiciona. Cuestión que provoca en algunos escudarse en el estrés o sobrecarga de labor como justificación de incumplimientos. Pero, recordemos al Comandante Ernesto Che Guevara también por lo que dijo: «La dureza de estos tiempos no nos debe hacer perder la ternura de nuestros corazones».
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