Blogia
Patio Criollísimo

El Teatro como Medicina

El Teatro como Medicina  

Foto: Raúl Cabrera Cruz

Tres años han transcurrido desde el surgimiento de un proyecto cultural optimista y humano como el de Vamos a Andar, el cual pertenece a la casa de la cultura Haydée Santamaría, en Manicaragua. Durante ese tiempo ha correspondido a la instructora de teatro Yadixis Arteaga Espinosa convertir el arte de las tablas en excelente medicamento para el alma.

Cada jueves ella se reúne con Jorge Luis Arboláez, Esther Rodríguez, Néstor Jiménez y Mirtha Rodríguez, los aficionados que integran el grupo. Los dos primeros, con discapacidades físicas y mentales, respectivamente. El siguiente ha sido víctima del alcoholismo y la última es ex reclusa.

Para la especialista, la experiencia de prepararlos en la actuación significa la realización profesional que siempre añoró. Al mismo tiempo, se ha visto precisada a buscar información sobre los aspectos propios de la psicología y la psiquiatría, a fin de comprender mejor a sus discípulos y ayudarlos a adquirir las habilidades histriónicas.«Lo he realizado con gusto porque me agrada trabajar con personas que necesiten una guía. Me satisface enseñarles un camino nuevo, motivarlos para integrarlos a la sociedad», afirma.

En la ejecución de su idea cuenta con el apoyo del resto de los instructores de la institución, en especial, los de la cátedra de Teatro. «En un inicio, muchos dudaron de que pudiera lograr mis objetivos, pero hoy todos comparten los éxitos de cada presentación», comenta Yadixis.

En poco tiempo han sido acreedores a varios premios, entre los que se encuentran los obtenidos en el 2005 con la obra Cumpleaños, inspirada en un poema del mismo nombre de la autoría de Mario Benedetti. Constituye un canto a la vida, y por las reflexiones que suscita, mereció sendos galardones en las ediciones del Festival de Teatro a nivel municipal y provincial.

Asimismo, cuentan con una Mención Especial en el evento nacional de mujeres discapacitadas efectuado en el Holguín ese mismo año.Pero la mayor recompensa radica en las vivencias diarias, en la manera en que cada miembro del Proyecto ha sabido aminorar los pesares al decir Vamos a Andar. 


ESTHER Y SU OTRA JUVENTUD  

«Mi juventud fue traumática», dice con los ojos humedecidos Esther Rodríguez Rodríguez. La mujer suspira, y tras una breve pausa, comienza a relatar una parte de su conmovedora historia.«La juventud es bonita, pero la mía no lo fue. Tenía aspiraciones, deseos de hacer muchas cosas y también hice muchas otras que no deseaba.» 

Ella se casó a los 18 años y pronto llegaron los descendientes. La frustración del matrimonio, del cual quedaron cuatro hijos, resultó la causa del inicio de una secuencia de calamidades y desajustes emocionales. Tuvo que valerse por sí sola para la crianza de la prole. Con ellos andaba loma arriba y loma abajo, pues no contaba con persona alguna que la ayudara a cuidarlos.

Por la costumbre de ir con ellos de compras, una tarde salió hacia la bodega del pueblo para adquirir la cuota del mes. Al regreso la sorprendió un torrencial aguacero, y mientras esperaba el escampado se le hizo de noche.

«Comencé a preocuparme ante esa situación —narra—, ya que con  seguridad el río que debía cruzar estaría crecido. Imagínese usted, cómo lo pasaría en medio de la oscuridad. Pero tenía que hacerlo para poder llegar a la casa con los cuatro muchachos y las jabas de los mandados. Cuando llegó el momento, los crucé uno a uno. El menor tenía tres años y el mayor siete. Todos lloraban y yo también. Pero me los eché a cuestas y los pasé con mil cuidados de una orilla a la otra. Terminé cansada y medio loca. Después de aquello no supe más de mí. Cuando reaccioné estaba en el hospital psiquiátrico con la creencia de que uno de los niños se me había ido con la corriente del río.»

El trastorno le produjo a Esther una debilidad cerebral cuando apenas contaba con 23 años. Culminaba así su etapa juvenil. Por eso mientras recuerda el trance vivido, se alegra de que el tiempo haya pasado y ahora al acercarse a las 59 primaveras, pueda sentirse rejuvenecida gracias a tantas personas solidarias como Yadixis, a quien conoció a través de la Casa de Orientación de la Mujer y la Familia.    

 «El teatro es una maravilla —refiere Esther—, cuando actúo es como si viviera otra vez mi juventud y realizara lo que entonces soñaba. Desde que estoy en el grupo me siento bien y nunca más he tenido crisis nerviosas ni tomo pastillas. Me siento bien, relajada. Cuando tengo un problema muy grande, pienso en el personaje que debo hacer en la obra. Así logro olvidarme de lo que perturba mi mente. Esto es como una medicina.»

0 comentarios