Las Mujeres y Martí
¿Quién de nosotras no se ha sentido cerca de José Martí alguna vez? ¿Cuántas no hemos imaginado su voz ante la necesidad de una ayuda oportuna? ¿Por qué cuando se nos cierran todas las puertas, buscamos una frase suya para continuar por el buen camino?
Casi todas las cubanas, en el afán de traspasar la pubertad, hemos visto en él al hermano consejero que -como en la carta a Amelia Martí-, recomienda «guardarse de vientos violentos y traidores».
He ahí, mediante tan afectiva relación filial, donde las muchachas hallan la primera alerta para impedir que se inicien «las relaciones de amor en nuestra tierra por donde debieran terminar(...)»
Pero la exhortación más certera que puede recibir una joven es la que se enuncia por Martí al finalizar la referida misiva: «Di ¡ternura! y ya eres un mujer elocuentísima».
También desde su prosa, el Apóstol nos define como flor para amar, estrella para mirar y coraza para resistir.
En el amor, le adjudica a su sexo opuesto el don de vencer a fuerza de su belleza -sobre todo la interna-, e incluso, alega que «las mujeres más feas son las más ilustradas».
No se puede esperar un juicio suyo mejor al referirse a las féminas, pues en alguna ocasión dijo: «De lo feo del mundo se busca alivio en la mujer, que es en el mundo la forma más concreta y amable de lo hermoso».
Empero, nada lo limita a condenar a la adultera, aun cuando se ampare en el más puro y bello de los amores.
Por eso prefiere encumbrarnos -hasta juntarnos con los astros- cuando nos sabe madre y esposa níveas. Observa solo luz, sin margen para languidecer, ni siquiera ante las dolencias de los hijos, o la ausencia -tanto circunstancial como definitiva- del hombre amado.
A los primeros, dice, les basta con el beso tibio en la frente -ese que se desea cuando se padece mucho-, para aliviar cualquier desgarradura.
Y cuando no se puede sentir el calor de los labios maternos, el solo hecho de saberse idolatrados por quien les dio vida, los enorgullece. Hasta los ayuda a solidificar el carácter como en René, Antonio, Gerardo, Fernando y Ramón.
En cuanto a las relaciones con los esposos: «como veneno es una mujer frívola o interesada, que descuaja y envilece al marido temeroso: delicia y manantial de orgullo, es una mujer valiente y abnegada.»
Así lo apunta el Maestro, y como tal actúan millones de féminas en esta isla, cuya abnegación obliga al hombre a la virtud. Lastima que no haya tenido tiempo suficiente de vida para ver con sus propios ojos cómo, el altruismo de Adriana, Rosa Aurora, Elizabet y hacen que se acreciente el decoro de los cinco cubanos que hoy permanecen tras las rejas del monstruo que Martí conoció, por vivir en sus entrañas.
Junto a ellas, cotidianamente la Patria resiste. Por el blindaje femenino forjado al calor de cada batalla. En el hogar, la fábrica, el campo o en la oficina. Allí crecemos unidas, alistando los corazones a favor de la honradez y en nombre de la libertad.
Y es que, ya lo dijo el Héroe Nacional, «de los hombres es morir en la honra mejor (...), y de las mujeres es mantener el alma viril en el deseo y capacidad de la virtud, -y abrigar a los que se quedan, en el mundo sin guía ni sostén.»Por eso, cada vez seremos más las que sentimos su voz cerca, en el momento preciso para escuchar un consejo que nos ayude a abrir nuevas puertas.
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