Blanquita es Historia Pura
Una profesora cubana,con 35 años de experiencia, conversa sobre el pasado y presente de magisterio en la Isla.
Fotos: Carolina Vilches Monzón
Nació un nuevo lauro para el magisterio villaclareño. La iniciativa surgió entre los afiliados a la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC) en la provincia. Consiste en otorgar cada año el Premio Consuelo Terrada Martínez a los educadores dedicados a la enseñanza de la Historia.
A tan alto reconocimiento deben aspirar quienes durante su ejercicio profesional hayan transmitido a varias generaciones de alumnos su ejemplo como pedagogos, seres humanos y revolucionarios consagrados. Requisitos que reúne la profesora Blanca Velázquez Calvo, quien al ser la primera acreedora eleva el valor moral de este estímulo.
ACERVOS
Con su voz dulce, pausada y cariñosa, Blanquita convida a un diálogo sin límites. Excelente hija, madre y esposa. Pedagoga excepcional. Diestra en hablar de causas y consecuencias; de condiciones objetivas y subjetivas; de situación económica, política y social; de cómo ocurren los hechos históricos.
Pero sin dictarlo mecánicamente. Delante de sus alumnos narra el pasado de forma locuaz y amena, para nutrir mejor el presente. Por eso gesticula cuando la frase lo amerita. Bien sea con las manos, la mirada o la tierna sonrisa con que aviva sus relatos. Igualmente ocurre cuando se trata de contar cómo se convirtió en educadora, incansable investigadora y promotora de la formación vocacional de los futuros pedagogos.
«Desde niña sentía atracción por el conocimiento de la Historia. Cuando estaba en 10º, conocí de una convocatoria que permitía, una vez terminado ese grado, matricular en la facultad de Pedagogía en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. Enseguida me entusiasmé. Solicité la carrera de Geografía e Historia y la inicié en 1967-1968.»
–¿Cómo transcurrieron esos cinco cursos?
–Muy ocupada todo el tiempo. Excepto en primer año, en los restantes se vinculaba el estudio con las prácticas docentes.
–¿Al igual que hoy?
–Similar. En el segundo curso me correspondió ir a Camagüey. Constituyó una excelente respuesta de mi generación al déficit de maestros en esa provincia. En los siguientes lo hicimos en las escuelas de Santa Clara.
Merece recordar que algunos de los métodos actuales de enseñanza también se experimentaron en la década de los 60. Vivíamos otras circunstancias, pero que también propiciaron utilizar el televisor para impartir clases. La gran diferencia radica en que no eran a color como ahora, ni existían los profesores generales integrales (PGI).
–¿Significa que el éxodo en el sector siempre ha existido?
–Lamentablemente es así. Cuando llegó el 1º de Enero de 1959 en Cuba existían pocos maestros, y algunos emigraron hacia los Estados Unidos. Desde entonces se inició la mayor revolución educacional con la Campaña de Alfabetización. Constituyó el punto de partida de las sucesivas etapas de cambio.
–En las que tampoco se logró erradicar el problema inicial de completar la plantilla en los claustros, ¿verdad?
–La esencia radica en crear motivaciones durante la formación de los maestros. Comprometerlos a ejercer la profesión convencidos de su importante misión social. Considero que, en general, cuando alguien se propone hacer las cosas con amor alcanza todas sus metas.
–¿Fueron los principios que le inculcó a su hija menor, Allenay?
–Ella siguió mis pasos por decisión propia. Cuando me comunicó su deseo de estudiar Historia en el Pedagógico le dije: "Quien elija esta profesión debe amarla, prestigiarla".
–Otros colegas suyos optan por quitarle la idea a sus descendientes.
–Nunca lo hice. Cuando el magisterio llega de forma natural lo mejor es incentivarlo. Para ejercerlo se requiere de mucha, pero mucha vocación.
–¿Cuándo se convenció de lo que afirma?
–Cuando apenas tenía un año de trabajo recibí la primera visita a clases. Estaba nerviosa y a la vez me sentía con dominio de las materias a impartir. El control lo realizaban las notorias profesoras Consuelo Terrada Martínez, quien fungía como metodóloga provincial de Historia, y Teresita Bacallao Reyes.
Al terminar pensé que había dado la mejor clase de mi vida. Sobre todo, porque recibí una buena evaluación. No obstante, adjuntaron dos cuartillas de recomendaciones, con una aclaración muy importante para mí: "No existen errores históricos". Recibí una gran enseñanza y me propuse adquirir cada día mayores habilidades pedagógicas.
–¿Por eso se emocionó tanto al recibir el Premio de la UNHIC villaclareña?
–Se me unieron los recuerdos. Pensé en cuánta confianza depositaron en mí Consuelo y Teresita aquel día. En la manera tan humana en que me aconsejaron para no abandonar el aula, a pesar de tener serios problemas personales. En ese minuto de aplausos y elogios, creí que debían ser otras personas con mayor tiempo en ejercicio, como la propia Teresita y Zoraida Maura, de quien también fui alumna; las merecedoras de este Premio.
–A usted la proponen por sus sólidos resultados docentes e investigativos durante 35 años de labor. Los más recientes vinculada a escuelas deportivas. ¿Qué distingue la enseñanza de la Historia en la formación de atletas?
–Desde 1977 poseo experiencias docentes en centros de este tipo. Durante el tiempo que trabajé en la secundaria Fructuoso Rodríguez -hoy escuela especial para niños ciegos- descubrí cuán importante es para los deportistas dominar la tradición histórica de los cubanos. Luego, en la ESPA Marcelo Salado, me dediqué a impartir la asignatura en 12º grado. La mayor satisfacción ha sido descubrir nuevas aristas de investigación y a la vez transmitir a través de las clases, el cúmulo de resultados que distinguen al deporte local, provincial, nacional e internacional y así motivarlos mucho más a defender la bandera cubana.
–Nuestro José Martí afirmó: «Toda madre debiera llamarse maravilla». ¿No podrían nombrarse Ramona?
–Soy su única hija, y ha hecho tanto por mi desarrollo profesional que una vida no me alcanza para retribuir su apoyo.
También forma parte de la Historia de Cuba porque participó en la lucha clandestina para derrocar a Batista. Sus sólidas convicciones revolucionarias influyeron mucho en mi formación.
–Además recibe la ayuda de Arturo, su esposo.
–Sí, pero ambos coincidimos en que es Mami la máxima creadora de la familia que hoy formamos. Él también estudió magisterio. Trabaja como profesor de Física en la Universidad. Cuando estábamos recién casados, nos nació la primera hija. Padece síndrome de Down. Mi mamá renunció al trabajo y se dedicó a cuidarla, para que ninguno de los dos dejáramos de trabajar.
–Y ahora es usted quien cuida de ambas.
–Existen realidades que no siempre se pueden echar a la espalda para avanzar. Por su edad, mi mamá ya no puede asumir el cuidado de Dianilla. Nunca antepuse el problema de la niña a mis responsabilidades. He tenido la suerte de saber dónde, cuándo y cómo ser útil. Podemos serlo en cualquier lugar.
A Blanquita la bautizaron en la pila de la Iglesia del Carmen hace 56 años. «Soy una pilonga de verdad», afirma. Por eso la única insatisfacción que le queda es desconocer el rumbo de aquellos folletos, «impresos con mucho esfuerzo en mimeógrafos porque comenzaba el Período Especial». Se trataba de unas pocas cuartillas donde con mucha dedicación elaboró lecciones para enseñar de forma más atractiva la historia de Santa Clara.
No obstante, continúa con la idea de indagar y contribuir a la memoria testimonial del patrimonio en la provincia.
«Será mi nuevo objetivo de trabajo, ahora que permaneceré en la casa. También culminaré la maestría en Ciencias de la Educación», confiesa una profesora cuyos libros y planes de clases permanecen aún en la cátedra de Historia de la ESPA.
«Estoy indecisa para ir a buscarlos», refiere. No es que piense regresar un día a las aulas, sino que nunca podrá desprenderse de lo que en verdad es: historia pura.
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