Viaje al Centro de una Cueva
Solo se necesita un mínimo de inquietud por la espeleología y arqueología, para que en cualquier día de verano nos adentremos en el monte y explorar los encantos de la naturaleza.
Fotos: Carolina Vilches Monzón
La entrada de la gruta apareció tras hora y media de camino. Llegamos apartando el follaje de los arbustos. Íbamos a gachas. Atentos a las advertencias de los guías. Prestos a evitar pinchazos, tropiezos o el roce con las hojas de la ortiga o el chichicate, plantas que provocan picazón. De repente, un pequeño tramo despejado indicó estar cerca de una cueva. A pocos pasos, otra vez las ramas, un pequeño plantón de plátanos y ahí estaba el punto de inicio de un viaje subterráneo.
Parecerá la escena de una película. O el fragmento de un libro de aventuras. Pero lo narrado forma parte de la realidad. Describe la experiencia de quienes encuentran en las vacaciones un atractivo para descubrir tesoros naturales. Sin invertir más recursos que un espíritu aventurero, logran vivir horas, e incluso días, de sana distracción. A su vez enriquecen sus conocimientos al observar en el entorno original lo que han aprendido en textos de Geografía, Biología o Botánica.
EN LAS CAVIDADES DE ROJAS
Ir en busca de lo desconocido. Explorar lugares recónditos, míticos y ricos en flora y fauna poco vistas, aparece como la mejor opción veraniega entre los habitantes de la comunidad de Rojas, en el municipio de Caibarién. Allí siempre encuentran motivos para, de vez en cuando, ir de excursiones por los intrincados parajes del campo.
Basta la llegada de algún visitante para proponerle conocer las cavernas que rodean el lugar. Suman cinco, por lo que recorrerlas requiere más de un día. Pero ni los cortos de tiempo escapan a la tentación de caminar por los vericuetos de la cueva del indio.
«Tal vez no sea la más bonita, —advierte María Antonia García Guevara, promotora cultural del poblado—, sin embargo es la preferida por los excursionistas».
¿Será por que solo ésta tiene nombre? O por decirse que allí vivió por muchos años un aborigen. Que fue refugio de un desequilibrado mental. Que para perjuicio de algunos sirvió de escondite a malhechores. Cierto, o no, descifrar los enigmas existentes en su interior constituye un saludable entretenimiento.
Así comienza otra escena de encantos. La presencia de los humanos espanta a los murciélagos. Mientras, grandes nidos de avispas penden de las alturas. El aleteo de un sijú. El canto del sinsonte. El chillido de otro pájaro difícil de identificar. La curiosa posición del lagarto coronel —Anolis Lucio—, rígidamente extendido, con la cabeza hacia abajo, ajeno a lo que acontece a su alrededor. Una oscuridad que de pronto desaparece si miramos hacia arriba.
«¡Cuidado con esos gusanos!», alerta Alfredo Espinosa Rodríguez, conocedor de la zona por su labor de inspector pecuario. En función de excelente guía explica que se trata de los mancaperro. Así identifica el campesino a este ciempiés grueso, negro y amarillento que pertenece a los milípedos. De ser pisoteado emana un peligroso líquido, cuyo contacto con la piel provoca quemaduras.
«Son típicos de las cuevas y sus áreas cercanas. Buscan la humedad para reproducirse», añade.
La explicación puede transcurrir mientras se admiran las impactantes combinaciones de estalagmitas y estalactitas. En sus formaciones logran perfectas columnas. Y en lo alto pueden divisarse las claraboyas. Por los deformes orificios penetran rayos de Sol que conjugan luces y sombras como verdaderas obras de arte.
Después de unos 40 metros por el torcido camino puede verse la salida. Tal parece que las piedras acordaron simular una escalera y hacer más cómoda la retirada. Afuera, nuevamente la espesa arboleda. Alfredo vuelve al frente del grupo y anuncia el regreso. Los excursionistas lo siguen. Van cargados de hallazgos.
¿QUÉ OPINAN LOS ESPECIALISTAS?
Para Martín Núñez Rodríguez, jefe del grupo espeleológico de la delegación del CITMA en Caibarién, explorar cuevas resulta un ejercicio enriquecedor. Pero advierte que su práctica requiere del asesoramiento de expertos. O al menos contar con el auxilio de personas conocedoras de las mismas, aunque sean de formación autodidacta.
«Nadie debe entrar por primera vez a una caverna, sin tener un estudio previo de las mismas. Tampoco se recomienda permanecer mucho tiempo dentro de ellas porque se pueden contraer enfermedades», recalca.
En su opinión, los montes de Rojas son muy atractivos para este tipo de excursiones. Según las indagaciones de los espeleólogos, en sus alrededores existen unas 16 cuevas. Solo se frecuentan cinco por ser las de más fácil acceso.
«Son de desarrollo inclinado o vertical, por lo que cuando llueve se inundan y forman pozos profundos. Poseen gran valor cálcico y arqueológico. A pesar de no existir evidencias pictográficas, sí hemos encontrado objetos propios de la era primitiva en la región. Los mismos se encuentran expuestos en el museo del municipio. Allí se pueden observar fragmentos de conchas, cerámica, herramientas de piedra y madera dura que evidencian las características de prealfareros, recolectores, pescadores y cazadores de los aborígenes que poblaron el lugar».
Núñez Rodríguez, guarda el recuerdo de una época en la que las familias caibarienenses realizaban viajes a La cueva del Hallazgo, o la del Puerco en Guajabana, otra comunidad cercana a Rojas. Iban generalmente los fines de semana para recrearse y a la vez aprender. A él le admira conocer cómo en la actualidad también existen personas con similares inquietudes por la espeleología. Al respecto comenta que sería saludable rescatar ese hábito, aunque propone tomar medidas para el cuidado del medio ambiente.
Y es que se trata de un área prácticamente virgen. En su fauna existen especies oriundas como la jutía conga, el pájaro carpintero, el zunzún y mariposas silvestres. Quienes transiten por allí deben contribuir a su preservación.
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Marla -