Envidia: Ni Sana, Ni Azul
¿Qué es un envidioso?
Un ingrato que detesta la luz
que le alumbra y le calienta.
Francisco de Quevedo
¿Puede alguien ser mezquino y bueno al mismo tiempo? No, por supuesto. Sin embargo, en varias oportunidades he visto cómo ante el éxito de amigos, compañeros de aula o trabajo aparece quien afirma: «Siento una sana envidia». Otras veces le ponen un camuflaje azul, con la intención de advertir que no es dañina, sino suave, delicada, generosa… sin malas intenciones.
¡Imposible!, digo y reflexiono sobre tamaña contrariedad. La envidia es tristeza o pesar del bien ajeno y emulación. Significa desear algo que no se posee. Constituye un sentimiento malsano. De tal modo, resulta inverosímil sentir desazón y a la vez agrado por la felicidad, bienestar y logros de otros.
«Es el gusano roedor del mérito y de la gloria», así la definió el poeta ruso Yevgeny Yevtushenko. Como raíz de la inquina, provoca en los envidiosos aislamiento de los grupos sociales y afán por el fracaso del envidiado. Jamás produce emociones positivas. Por el contrario, constituye una insalvable amargura.
Para disgusto de muchos, tales resentimientos laceran las relaciones interpersonales. Y peor aún, le impide a quienes la llevan dentro alcanzar las mismas cosas celadas a sus iguales. Bien lo describió el escritor español Miguel de Cervantes y Saavedra: «La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren».
De ahí que ningún hombre en la historia, por mucha que fuera su degradación, tuvo el coraje de declararse envidioso. Constituye la peor de las lacras que arrastra la pobreza espiritual. El envidioso no genera; ni en beneficio propio, ni en el de los demás. Se contenta con que el prójimo pierda, aunque él no gane.
Respecto a su color, resulta satírico atribuirle alguno. Todos encierran hermosura. ¿Cómo vincularlos a las fealdades de la rivalidad perversa? Si fuera necesario, optaría por el negro. Solo un alma oscura puede albergar semejante malevolencia. Aunque, según un proverbio árabe, por morder y no comer, la envidia más bien es flaca y amarilla.
Opino que en su lugar sería mejor preponderar el reconocimiento sincero de las virtudes ajenas. Cuestión un tanto difícil de alcanzar en un mundo de competencias, pero no imposible. Considero válido medirnos entre compañeros por las cualidades físicas o intelectuales, el estatus profesional y destrezas para el desenvolvimiento social. Cuando ocurre sin la naturaleza destructiva de la ambición, permite incentivar el intercambio para el bien colectivo. Se trata de un modo de emular legítimo para alcanzar metas, sin perjudicar a nadie. La sociedad en su conjunto se beneficia con la prosperidad individual de sus miembros.
Todo depende de cuánta empatía, solidaridad y comprensión se alcance entre las amistades, familiares, colegas de labor o estudio. De tal manera, al conocer de sus triunfos no aparecerán remordimientos, ni rencores.
Mas, como el ser humano no está exento de defectos, quizá alguien lleve en sí uno tan reprochable como la envidia. Entonces, deberá asumirlo como tal. De lo contrario, no necesitará ocultar detrás de adjetivos —sana o azul— la verdadera admiración por el buen desempeño de quienes nos rodean. Lo justo, en ese caso, será decir con honestidad: «Te felicito» o «Me alegro por ti».
2 comentarios
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soulheroes.com, saludos
Contra los envidiosos -