El Magisterio: Retos de una vocación
En los últimos tiempos, muy pocas veces he visto a algún niño, o niña, jugar a la escuelita. Con asombro constato cómo un entretenimiento tan asiduo en la infancia, hoy tiende a desaparecer. La situación me provoca varias inquietudes. En particular por la inevitable invasión de videojuegos y películas de ciencia ficción que tanto les atraen a los más pequeños. Tampoco la programación de la pequeña pantalla ofrece productos comunicativos atrayentes e instructivos que permitan engrandecer los valores sociales de una profesión como la del magisterio.
Frente al aula escasean los maestros ejemplares, es decir, aquellos que en verdad motivan a que el alumno los imite en sus horas de recreo, y por consiguiente le sigan los pasos en el momento de elegir una profesión. De persistir esta problemáticas, ¿cómo formar, entonces, a los futuros educadores?
La interrogante ha sido motivo de debate en varios escenarios. Bien sea en el hogar —allí donde la influencia familiar coarta, o estimula, las iniciativas de sus hijos—, o en las más prominentes reuniones de catedráticos, en las cuales por lo general la polémica inclina la balanza a observar únicamente la urgencia de cubrir las plazas vacantes en los claustros.
Rara vez se percatan de que la formación vocacional hacia la pedagogía constituye una extensa cadena, cuyo eslabón inicial está en la enseñanza primaria, y no en el duodécimo grado como en la actualidad se pretende imponer.
Existen sobrados ejemplos de educandos que desde edades tempranas manifiestan su aspiración de convertirse en educadores. Muchos logran su objetivo. Sin embargo, otros reciben como primera opinión negativa la de sus padres, y aunque en menor medida, también de sus propios profesores.
Por ejemplo, Elizabeth Diegues Vega, alumna del último curso en el Instituto Preuniversitario Vocacional en Ciencias Pedagógicas (IPVCP) Houari Boumedienne, de Corralillo se refirió a estos aspectos durante la sesión plenaria de la asamblea provincial de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM). Su intervención ilustró los puntos más oscuros de un problema que la organización hereda de niveles educacionales anteriores como la secundaria básica.
«No siempre quienes pertenecen a los círculos de interés pedagógicos eligen el preuniversitario creado con estos fines», apuntó y añadió que tampoco el programa de estudios de estos centros de la enseñanza media difiere mucho del contenido curricular de los restantes pre.
La única distinción en cuanto al contenido académico radica en que en los IPVCP se recibe la asignatura Teoría y Práctica de la Educación. No obstante, existen serias dificultades para contar, en los 11 centros de este tipo, con un profesor que se encargue de impartirla. Por ello, resulta complejo motivar a los alumnos para que en el momento de elegir una carrera universitaria opten por el Instituto Superior Pedagógico (ISP). De tal modo ocurrió en septiembre último cuando la matrícula prevista para el ISP —se incluyen otras fuentes de ingreso—, era de mil 480 y solo se incorporaron 772. Asimsismo, sólo 332 ingresaron en los IPVCP, cuando la matrícula prevista era de 648.
En lo adelante se precisa activar el movimiento de monitores, acción que no debe circunscribirse solo al preuniversitario, sino a todos los grados del sistema educacional. Tampoco puede limitarse a un día del curso escolar, o sea al 26 de noviembre. De igual manera las sociedades científicas pueden y deben propiciar que se estimule el interés hacia la investigación sobre temas relacionados con la historia de la pedagogía en los respectivos municipios.
Incentivar el estudio de carreras pedagógicas aparece una vez más como un problema aparentemente insoluble. Erradicarlo requerirá tiempo, voluntad y una imprescindible unidad de esfuerzos y criterios entre Educación y las organizaciones estudiantiles.
Cualquier iniciativa para revertir el panorama actual se considerará válida. Una de ellas puede consistir en convertir los IPVCP en centros modelos del proceso docente educativo. A su vez será oportuno otorgarle un mayor matiz didáctico y metodológico al programa de estudios que los distinga.
En ellos se deben crear aulas modelos, representativas de las que deben existir en los círculos infantiles, en las escuelas de primaria o secundaria. De este modo funcionarían como laboratorios donde ejercitar los conocimientos teóricos, antes de acudir a las prácticas pre profesionales.
Pero tres cursos escolares no bastan para apasionarse, sensibilizarse e imprimirle amor a una profesión. Resulta imprescindible sentir vocación hacia ella. Tal inspiración la provocan los propios maestros, los que sean capaces de influir con su ejemplaridad cotidiana desde una clase, o en el habitual intercambio en los pasillos de la escuela.
La motivan aquellos que a diario, tanto en su actuar como en el decir, acuden a José Martí, y en correspondencia con sus ideas nos enseñan desde niños que
« Al venir a la tierra todo hombre tiene derecho a que se le eduque y después, en pago, contribuir a la educación de los demás».
2 comentarios
Reinaldo Cedeñoi -
jfmarcelo -
Sigo visitando tu blog. Yo también trabajo en la docencia desde hace muchos años y este trabajo ha cambiado mucho. Ya no hay motivación, cuesta un trabajo enorme motivar a los alumnos.
De nuevo:
SALUDOS DESDE ESPAÑA.