Cuba quita, pone... se renueva
Foto: Ramón Barreras
Los cubanos estámos cambiando los métodos tradicionales de vida. Por estos días, y desde inicios de año, se interrogan constantemente: ¿Ya cambiaste el…? ¿Te llevaron la…? Concluir la oración depende del sustantivo de turno: ventilador, refrigerador o los recién aparecidos aire acondicionado y cafetera eléctrica.
Como si los descubrieran, semejante al hallazgo del agua tibia, o el hielo en Macondo, todos se vislumbran ante los artículos electrodomésticos acabados de llegar al barrio. Una prueba de que cada vez más cedemos terreno a la postmodernidad en su dimensión tecnológica, a pesar de su aplastante paradigma de consumo.
En el acto, a los interrogados no les interesa entender las reglas de un mercado donde la relación oferta/demanda regula los niveles de consumo dentro del sistema capitalista de producción. A ellos solo les preocupa que según sea la respuesta a tales preguntas rodantes por las calles de la Isla, iniciarán un inevitable cálculo; aparejado a la sustitución de objetos caducos por otros de mayor presencia estética y utilidad práctica dentro del hogar. Sumar, restar, dividir y multiplicar constantemente los obliga a regular otro tipo de consumo: el de la electricidad.
Para explicar ventajas y provechos de los modernos equipos sobran argumentos. Sin que falten evidentes referencias a algunas limitantes descubiertas muy propias, y eso sí lo saben los cubanos, del paradigma postmoderno citado líneas arriba.
Así transcurre el 2006 en Cuba. Sus diez meses vividos bastan para que sea recordado. No solo por el agobiante calor de Junio, Julio y Agosto, sino, también por traer consigo otro tipo de energía para calentar y elaborar alimentos, en todos los hogares de la Mayor de las Antillas.
Para muchos en el planeta «Revolución Energética» no dice nada. A los 11 millones de habitantes de este pedacito de tierra caribeña, cuya costumbre ha sido cocinar, indistintamente, lo mismo con leña, carbón, gas licuado o kerosén, dice bastante.
Cierto, cambiar lo viejo por lo nuevo siempre se acompaña de algunas resistencia. Sobre todo cuando se ve temblar el bolsillo ante las sumas que se deben desembolsar mes tras mes, hasta liquidar las deudas financieras con el Banco Nacional. O, luego, cuando la empresa eléctrica envía el reporte del consumo final.
Y mucho más asusta saber que asciende a 6 mil 157 pesos el precio fijado para adquirir un refrigerador de última generación. Ya sea de marca Haeir o LG. De una o dos puertas, como los que se exhiben, y de vez en cuando se venden, en las tiendas que operan en moneda convertible. No obstante, el estupor se amilana ante otras cuentas a sacar.
La familia típica cubana no es la que recibe remesas del exterior. Aquí lo predominante, lo que caracteriza al cubano de a pie, es vivir del salario devengado cada 30 días. Y con esos saldos, muy pocos, o casi nadie, puede comprar al contado un refrigerador, ni cada uno de los referidos artículos asignados con facilidades de créditos bancarios para pagarlos.
Resulta entendible, entonces, que la llegada del módulo de cocción (olla arrocera, olla multipropósito y hornilla), el cambio de ventiladores rústicos por otros de moderna fabricación, los aires acondicionados, refrigeradores y cafeteras, más allá de convertir las cocinas cubanas en espacios relucientes; a su vez permita un acto de unidad como el que acontece entre los miembros de cada familia para buscar reacomodos económicos, de estructura interna de las casas y de hábitos arraigados como el de cocinar pasadas las seis de la tarde.
Verse obligados a ahorrar mucho más de lo acostumbrado, no impide contagiarse con este quita y pon. Con un canje que a la postre nos beneficia a todos, en tanto para los cubanos significa, simplemente, renovación.
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Juan -
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