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Patio Criollísimo

Los Ojos que Pesan

Los Ojos que Pesan Dos antónimos de nuestra lengua materna se han convertido en las palabras claves de una frase que muy bien pudiera considerarse célebre, según el punto de vista de quien la pronuncie, o mejor dicho, de acuerdo con las pesas que lleve en los ojos.

Las variantes del uso de ambas palabras pueden ser diversas. Mas, la idea central del enunciado será la de un saludo, tan espontáneo y fraterno, que no dejará margen a la duda.

Bastará con que dos personas -luego de varios años, meses, semanas, incluso días, sin verse-, se encuentren en plena calle. Una de las dos, o ambos a la vez, accionará la balanza que lleva en el rostro para decir: qué gordo estás, o, qué flaco te has puesto.

Se conocen, por ejemplo, a hombres y mujeres que durante toda su vida han exhibido una delgadez extrema, y por la observación de un amigo se han percatado de haber cogido "algunas libritas". Así será si el propósito radica en favorecerlos pues,  cuando se trata de recalcarles la flaqueza entonces el aludido llega a cuestionarse: ¿estaré a punto de desaparecer?

Algo similar ocurre con los mortales más gruesos. Por idiosincrasia, para la mayoría de los cubanos el exceso de masas y grasas es sinónimo de salud y belleza. Menudo disparate. Este casi siempre aflora en versiones del asunto cuyas insinuaciones son: qué bien te ves, cómo has engordado; qué niñito más lindo, tan gordito como está; el viejo está entero, gordísimo. 

Claro, todo es según el color del cristal con que se mire, de la graduación de los espejuelos, y hasta de la timidez del observador.

Sin  pretensiones de enjuiciar a quienes utilizan frases tan vanas para el saludo -al fin y al cabo, alguna vez nos hemos valido de ellas para salir del apuro en un encuentro imprevisto-, reflexionemos sobre lo incomodo que resulta sentar a alguien, o que alguien nos siente, en una romana para luego iniciar un diálogo.

Aun cuando a simple vista no parezca ocasionar molestias, en verdad es de mal gusto. Los globos oculares no deben limitarse a tomarle el peso corporal al interlocutor, sino mirar un poco más y buscar lo esencial, aunque El Principito afirme que es invisible para los ojos.  

 

 

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