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Patio Criollísimo

San Miguel No 70: Fragua de Patriotas

San Miguel No 70: Fragua de Patriotas

Margot Machado Padrón cumple este 24 de septiembre 99 años. Ella es una de esas cubanas heroicas que a pesar del dolor de perder a sus hijos se mantiene firme y en pie de lucha por la Revolución.

 

En la vivienda No 70 de la calle San Miguel entre Maceo y Colón, en Santa Clara, se respira el mismo aire combativo fraguado allí a finales de la década de los años 50. En innumerables momentos entre sus paredes la familia Pino Machado condenó el régimen del tirano Fulgencio Batista.

 

«Venir a esta casa me emociona mucho», afirma Margot Machado Padrón, cada vez que llega a la salita donde en varias ocasiones ordenó sabotajes y actos clandestinos como coordinadora del M 26-7. La destacada revolucionaria se acomoda en uno de los balances del reducido espacio y continúa:

 

«Aquí, Adriano —el esposo— y yo pasábamos la siesta del mediodía y leíamos las noticias del periódico Hoy. A veces los muchachos venían con sus amigos para  opinar sobre lo que ocurría en el país. Los policías batistianos también estuvieron 17 veces. La registraban de arriba a bajo, pero nunca encontraron nada.»

Cincuenta años han transcurrido desde que dejó de residir en este lugar. Sin embargo, dialoga como si el tiempo no hubiese pasado. Reunirse con María Teresa, Olga y Eber —sus tres hermanas que aún habitan el hogar— le revive la memoria. A la vez, renueva las fuerzas en su maternal corazón.

Eber, la menor, lo comenta a menudo.

 

«Cada año nos sorprende más. Nos preocupa su salud. Queremos evitar que se emocione demasiado y tal parece que viene  a contradecirnos. Ella siempre aparece con mayor espíritu».

También lo aseguran quienes la observan cada 26 de mayo en el  homenaje a la heroicidad de su hijo Julio Pino Machado y el compañero de lucha Agustín (Chiqui) Gómez Lubián. Ambos murieron ese día, en 1957, cuando ponían explosivos en varios sitios de Santa Clara.

 

Con sus 99 años por cumplir —este 24 de septiembre—, Margot muestra una vez más el coraje enraizado en su estirpe de madre y combatiente. ¿A caso heredó el sentir de Mariana Grajales cuando no admitió lágrimas?

«Si me dejo llevar por los sentimientos, en los 26 de mayo lloraría muchísimo y ustedes nada más me consolarían. Hubo mucho dolor en el entierro de Julio pero, se trataba de algo superior a mi pesar.

Ese valor de sobreponer la dirigente a la madre, significó un esfuerzo muy grande. Hoy lo considero una reacción por mis enfrentamientos con los esbirros.

 

»Fueron miles las que padecieron una pérdida lamentable y todas respondimos con decoro. Solo cito a las madres de Frank, Tasende, Abel. La lista es muy larga. No podíamos detenernos a derramar lágrimas porque si no interrumpíamos la lucha».

 

Desde su sitio habitual, cerca de la ventana de la sala, escucha con atención María Teresa —la segunda de los descendientes del matrimonio Machado Padrón—, conmovida por las palabras de la hermana mayor.

Aunque cada una de ellas apoyó la clandestinidad, Teté se mantuvo muy ligada a Margot por ser la tesorera en el M 26-7. Realizó esta tarea hasta el triunfo revolucionario. Además, cuidó a sus sobrinas Margarita, Verena y Berta cuando meses después de la muerte de Julio, Margot se vio obligada a marchar a la capital, y más tarde al exilio, en Venezuela.

 

REENCUENTROS

 

Las anécdotas se agolpan en la mente de esta mujer casi centenaria. Rodeada de vecinos, amigos y miembros de la familia que llegan a saludarla, continúa su elocuente conversación. Nadie se atreve a interrumpirla porque en esta oportunidad se refiere a hechos conocidos por pocas personas.

 

Al amanecer del 1ro de Enero de 1959, ella se encontraba junto a Gerardo Pérez Poelle, en la capital venezolana. Allí recibió una llamada de Haydeé Santamaría Cuadrado, quien le solicitó hablar con el compañero Jefe del M 26-7 en ese país. Minutos después supo que había llegado el momento de reencontrarse con sus hijos, hermanos y todos los cubanos que derrocaron al tirano.

 

«El presidente de Venezuela —rememora— puso un avión a disposición de los dirigentes del Movimiento para regresar a Cuba. De nuestra parte se empezaron a escoger las personas que vendrían en ese primer vuelo. Por mi cargo de coordinadora en Caracas tenía derecho a participar en esa reunión. No lo hice porque tuve una conmoción muy fuerte.

 

«Para mí significaba muchas cosas juntas. Pensaba en mi hijo Quintín, preso en Isla de Pinos desde 1957. La familia dispersa. En ese momento yo desconocía de la detención de Verena por los esbirros de Ventura, pero, también la tenía presente por conocer sus contactos en Santiago de Cuba, Las Villas y Matanzas.»

 

Con tantas emociones contenidas, Margot sintió una inmensa alegría por el triunfo definitivo. Estaba ansiosa por conocer quienes iniciaban el retorno a la Patria pero…

 

«Mi nombre no aparecía en la lista. Decidieron excluirme por considerar que tenía gran influencia en los jóvenes y mi permanencia era necesaria para seguir coordinando los restantes viajes. Entonces, Gerardo dice: ‘No, Margot se va en ese avión, porque ante todo hay que ver en ella a la madre, quien se queda soy yo’. Con ese gesto de hombría manifestó los sentimientos nobles de un revolucionario. No es solo tener valor para tirar tiros, sino también el humanismo profundo.»

Con la certeza de reunirse con los suyos, Margot  llegó a Cuba el 4 de enero. El avión aterrizó primero en Santiago. Allí localizó a Vilma Espín y le dejó los archivos del M 26-7 encomendados por Gerardo para entregárselos al Comandante Raúl Castro Ruz.

 

Mientras la aeronave continuaba su trayecto hacia Ciudad de La Habana ella le rogó al piloto que bajara en Santa Clara. «Si lo hace no me hubiera ido para la capital. Pero alegó que no conocía la pista».

Por el desasosiego de aquel instante lo lamentó mucho. Sin embargo, al recuerdar el incidente su mirada nonagenaria se torna brillante. Las manos arrugadas cobran bríos. Muy apretadas contra el pecho anuncian una satisfacción indescriptible. Quienes la escuchan guardan el mayor silencio.

 

«Al llegar, me enteré que Quintín era el jefe del aeropuerto. ¡Imagínense, ustedes! —las lágrimas saltan a la vista—, no lo había visto después de la muerte de Julio. Me contó que al salir de la  cárcel supo sobre la  detención de Verena en Matanzas. Él pensó que ella había muerto por las torturas, porque estaba seguro de que no iba a traicionar. Yo también confié en la valentía de mi hija.

 

»Quintín salió un día a averiguar dónde estaba la tumba de su hermana. Se sorprendió cuando en medio de una calle la encontró viva.»  

 

La puerta No 70, de la calle San Miguel se abre para recibir o despedir a los visitantes. Margot continúa entretejiendo sus relatos. «Son detallitos», reitera a ratos. La modestia no le permite ver las grandes historias que se atesoran dentro de esta fragua de patriotas.      

 

 

 

 

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